Episodio de Dolor N° 4500



Un nuevo día, una nueva argucia; la vida que me dieron vino sin astucia.

Y pernocto, como un búho, sigiloso. Bésandome las heridas que me hice con rasguños, como los osos.

Los lamentos, ya no los expongo, los tengo en reposo.

Me carcomen la mente, el desorden de mis tristezas, algo así como tener la mente sucia.

Me atolondro, y me escondo debajo del cuaderno, entre cerrado, entreabierto.
Cierro las ventanas del presagio, pero futuro incierto a mí mismo me advierto.
Las voces en mi cabeza brindan concierto, pero con desconcierto, y luego todo es silencio como en el desierto...

Nadie aboga por mí, sólo mis expresiones en matiz azul.
Cargo lágrimas retenidas, como una hidropesía ocular, que no me la quitaría ni San Vicente de Paúl.

No distingo entre cavernas y salidas de emergencia, vivo encerrado en un cenobio.
Tengo que escapar, eso es obvio.
En este cuerpo apagado, ya no encuentro permanencia.

Me extiende la mano el más lóbrego, pero no me gusta la ardentía.
Pareciera que estoy ciego, pero quizás es porque guardo un poco de valentía.
A veces aborrezco las desilusiones, pero pudieron más conmigo las decepciones, lo presentía.

La molestia se vuelve más extensa, cuando en mí, la indecencia piensa.
La mente sucia, pero por la vorágine de mis súplicas repetitivas.
Mis propios entusiasmos sólo se traducen en ofensas.
Quiero dejar de alimentar los pavores injustos, pero el problema es que las injusticias siguen vivas.

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