«Sono un essere felice»
Las personas se aferran a los recuerdos, y yo, yo me sostengo con aquello que ya no existe. Casi nunca estoy triste, mas siempre estoy callado; como el árbol de hojas secas, que sólo hace ruido cuando se quiebran sus hojas.
Cuando me expreso en papel soy versánico, cuando hablo de mis reprimendas soy cuerdo. “Se me tiemblan" las fortalezas, y se me endurecen los inviernos.
Miro si respiro a través de mis muñecas, y pienso si me has leído cuando con la mirada te guío.
Y te guiño, porque finjo que no me aflijo como el del crucifijo, como el huérfano, el único hijo. Me corrijo... Nadie me lo contó, nadie me lo dijo, que eres fulgurante, y yo que muy poco al cielo le exijo...
Pero ya no te tengo en boga, sino sujeto una soga mientras el viento da sus pasos; y la oscuridad, esa de la que tanto dibujaba, constantemente conmigo dialoga. Pero tranquila, casi siempre ella es quien me hace caso.
He extraviado el montante, donde antes ejercía el ejercicio de dejar de ser redundante. Con lo de tus defectos y austeridades.
Llorar lágrimas es sofocante y a la vez relajante. Pero me gusta alimentarme del sigilo, y abro el vino y me bebo un libro. Y con cada letra me seco, me exfolio.
Y sigo siendo como un áspid, sólo que menos astuto. Pues me toma minutos, horas, días, meses, años, mostrarme como el impoluto.
Tu felicidad interna, tu pequeña luz que remeda una linterna que nunca se apaga; esa luz no la discuto.
Ya mencioné cuán aguda es tu sencillez. Poseedora de ciento veinte probidades, y aún te faltan otras dos, u otras diez...
Me auto-administro jaquecas, acompañadas de lágrimas secas. Escucho el cantar del goteo del grifo; y me río con el soplo del viento, pero de esas escenas no hay ningún registro.
No consigo conciliar el sueño, porque mis sueños sólo son cuando estoy lúcido.
El tiempo sigue siendo, para mí, atingente, y por consecuente, todo al que me apresure, lo trato por estúpido.
Las interacciones con los inusitados que aparentan normalidad, me enerva. Por eso no los consumo. A lo que me permito, y presumo, soy el astro del desenredo comportamental. Ni me aterran los ojos rojos, ni me emocionan las fluorescencias a través del humo...
Soy un cúmulo de arbitrariedades exhaustas; cargo con las “justicias” de otros, y los quejidos despabilados de quien les habla a través del manuscrito.
Me hice a mí mismo, y ahora busco concatenar la apatía con el corazón. Siempre he vivido por y para el absentismo, porque presente estoy en lo que el intachable sabe muy bien hacer valoración.
En la corraliza, descanso. Por corraliza, me refiero a mi libreta. Y con una escueta frase, hago descarga de mis impurezas y siento cómo mis desesperaciones se mitigan.
Mis disgustos, emigran. Luego volverán. No obstante, un instante vale más que el “no arreglar”.
Con aplacimiento buscaré saciar la sed del alicaído, ese que se refleja en el vaso de vidrio. Ese que se exaspera por ser el mejor de los distraídos; para cuando el momento de sacudirse la brillantina llegue, llegue sin nada que lo pueda obstaculizar.
El Poetólogo
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