“Todavía”
Hoy me acordé de ti; y en silencio hacía yo estruendo con el recuerdo de tu semblante. En ese instante supe que la ilusión ya no es sino una mezcla de sentimientos tangibles. Y es comprensible, pues, al verte tan distante opto por «guardarte», lo sé, soy predecible.
Parece que ya se me agotaron las simples tristezas; pues ahora la melancolía me acompaña todo el día, y sigo, como enamorado primerizo, actuando con torpeza...
Nada ha cambiado, sólo el rumbo de mis infortunios. Te pienso desde enero y termino en mayo, y comienzo de nuevo en junio.
Hasta en las nebulosas, yo muy clara te diviso. Y en las frases en las que te evoco, trato de siempre ser preciso. Dejándote en el podio de las privilegiadas, te adjudico el papel de extraordinaria, y en eso, casi nunca me equivoco.
Ya asimilé tu (nunca manifestada) despedida; pero tengo que decir que me cuesta a veces pernoctar... y es por tu presencia inextinguible dentro de mi mente. Hay otras cosas de las que me debo ocupar, lo que significa que la competencia está reñida.
Le lanzo loas a la luna, porque cuando sale y brilla le digo que se parece a ti; y quisiera yo dejar de encontrarte en ella, semejanzas. Sé que ahora recién te enteras, disculpa la tardanza; pero tú más que nadie lo sabe: la vida es así.
Hoy te hablo de lo que construí, de lo mucho que me empeciné con tu figura austera. Y de idolatrías con las que pudiera yo simpatizar, tú siempre serás la última, la única, la primera.
Siempre me llevas la contraria, porque cuando la luz matutina emerge, yo me obnubilo. Y con sigilo tolero que con la indiferencia seas solidaria. Yo ya me adapté a tu desidia; y así siempre que te recuerdo me espabilo.
Hasta en mis siestas vespertinas puedo sentir el ondear de tu melena. Con tu seriedad tan dulce y allí me quedo en un sollozo sigiloso. Mi alma sigue en reposo, a la espera de tu retorno, y si tú estás triunfando, enhorabuena.
No lamento el que no estés, sí el que la vida nos haya dispersado. Y tal vez si nunca hubiéramos conversado, estaríamos hoy hablando de lo que ocurrió después.
Quisiera que el “echar de menos” sea como una especie en peligro de extinción; pues volver a mirarte ya me suena codicioso. Permanecerás dentro de mí, aunque dejase de hacer introspección. Pues, como retratista entusiasta todavía te esbozo...
Sigo prefiriendo la llovizna, aunque no sé si seas la misma; y de tanto añorarte ya hasta temo un aneurisma. A veces tú, un arcoiris, a veces un cataclismo, pero nunca me das lo mismo; pues siempre quise en tus brazos morir, y no, no es un eufemismo.
El Poetólogo
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