Mal presagio
Los árboles lloran hojas secas, el clima se hace tosco,
mis manos tiemblan, y hasta eso parece muy poco.
Me alimento de la angustia, y del entrometido desespero,
ya no sé ni lo que quiero, ni reconozco al hombre del espejo.
Regalé al viento mis manifiestos, y la devoción por tu existencia,
revoqué sentimientos que involucraban dependencia.
Pero con el corazón lastimado, los pensamientos estrujados,
ya ni siquiera el vino se hace añejo, y hasta el desprecio me es inocuo.
Los mares me auspician calma, y mi cabeza es una montaña rocosa,
las quejas hoy no son tantas, pues objetaron mis argumentos.
Con tan poco me complico, y me culpo, lo admito,
pero si no me guardas rencor, mejor mantente lejos.
Quiero dispararle a la cabeza de los volcanes y que tus vistas se entorpezcan;
y para cuando amanezca, tengas menos ímpetu de olvido, y de indiferencia.
Quiero sugestionar tu egocentrismo, y asimismo, callar tu burla;
contarle al suelo, que los pasos no son lo mismo que las pisadas, y que de eso no queden dudas.
Ya no quiero oír el canturreo de las aves, ni escucharte parlotear de lo que no sabes;
ya no quiero pensar que eres el libro prioritario, ni pensar que eres la imagen más pulcra del santuario;
ya no deseo más vivir bajo el lecho de tu pleitesía ficticia,
quiero repeler tu simpatía, y ejercer mi propia justicia.
No te arranco de mi empuñado sangriento, pero sí de mi conciencia.
El Poetólogo
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